Paseos en familia: ¿cuántos bolsos son demasiados bolsos?

Ir de paseo con hijos chicos siempre es impredecible; puede ser una salida tranquila donde todo salga como planeado y no tengas que preocuparte por nada, o puede no ser una fantasía que no existe.

Porque dejar salir a un niño es como soltarle la correa a un perro: van a salir corriendo a velocidad de Usain Bolt, se van a revolcar en un charco y probablemente muerdan a alguien. Su única misión es correr y alejarse lo más posible de sus padres, a menos que toquen algo pegajoso o encuentren un animal muerto, en cuyo caso van a querer abrazarte y tocarte la cara.

Y vos intentas seguirles el ritmo, pero estas cual Ganesha cargando con un campamento de camperas, juguetes, tu propia cartera y un bolso que pesa más que todos tus hijos combinados.

Es que antes de tener hijos, en aquel pasado distante y ya casi difícil de recordar de hace dos años, para salir de casa no me hacía falta más que una cartera. Llaves, billetera, teléfono, mis miedos e inseguridades, un saco. Listo. Ahora, es imposible salir sin un bolso que tenga pañales, chupete, toallitas, vasito de jugo, vasito de agua; mudas de ropa por si se ensucia, tiene un accidente o si el clima cambia de ola de calor a tormenta de nieve en el viaje de dos horas; libros y juguetes que no va a usar porque tiene un iPad; y comida suficiente como para sobrevivir un apocalípsis zombie. Y un agua para vos.

Además del campamento, lo importante a la hora de salir es planear actividades que mantengan a todos ocupados, en especial si el paseo conlleva un viaje en auto. Pueden ser cuentos, puzzles o música. Nosotros, por ejemplo, nos entretenemos por horas jugando al juego “por favor quedate quieto” donde todos lloramos y no hay ganadores.

Una de nuestras salidas más memorables fue la vez que llevé a Lea al supermercado y en un momento de distracción, agarró un paquete de papas fritas, puestas en el estante de más abajo por alguien que claramente odia a la gente con hijos. Por supuesto, de inmediato le dije “Lea, dejá eso”, pero como tenía puesta una máscara, él entendió “Lea, corré lo más rápido posible por todo el supermercado riéndote a los gritos como Joaquín Phoenix en Joker”.

Acto seguido, procedimos a recrear la escena de persecución del coyote y el correcaminos, donde él era el coyote y yo me quería matar. Tuve que perseguirlo por lo que se sintió como 45 minutos, mientras todas las personas del supermercado nos miraban con absoluta empatía y para nada riéndose de mi estado físico. De más está decir que cuando finalmente lo atrapé lo castigué, dejándolo quedarse con las papitas para evitar más vergüenza.  

Cuando llegamos a casa le conté al padre y se simpatizó totalmente conmigo. Es decir, se rió tanto que casi muere ahogado con su propia saliva. Pero por dentro, conexión total.

Más allá de lo cansador que sea planificar y preparar una salida, es importante que los niños salgan. Que no estén todo el día encerrados en casa mirando dibujitos en el teléfono y que salgan al aire libre, a mirar dibujitos en el teléfono, pero al sol.

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