¿Quién quiere ser millonario?

Pasaban las horas. Las palabras me salían de a una. Hacía mi mayor esfuerzo, pero parecía imposible completar una frase. No se conectaban las ideas, perdía el hilo de pensamiento. Se hizo la noche y mi cuerpo comenzó a rendirse al cansancio. Pero el día no podía terminar así. Junté fuerzas y en un último suspiro, antes de caer desmayada, pude, al fin, hacerlo.

Y esa es la historia de cómo contestar un mail y cuidar a un niño de dos años al mismo tiempo. Ni quienes coordinan lanzamientos espaciales en la NASA tienen la capacidad de multitasking y manejo de crisis de un padre trabajando desde su casa. Llantos, gritos, risas, rabietas... y los niños también se quejan.

Es en esos momentos que uno se pregunta, ¿cuáles son las chances de que un millonario me descubra como su nieta secreta y me deje una herencia? No pido fortunas ridículas, solo un ingreso cómodo. Lo que sea que gane la gente que no rellena de agua la botella de shampoo vacía para sacarle un último lavado. O que no guarda las bolsas de regalo para usarlas de nuevo en otros regalos. Lujos así.

Y claro, suficiente como para no tener que trabajar y poder estar con mi hijo. Malditas mujeres que lucharon por nuestros derechos para trabajar. ¿Ahora qué tenemos? Oportunidades, igualdad, respeto. Si, pero ¿a cambio de qué? Responsabilidades. ¿Valió la pena? No... digo si, claro que si, feminismo, ¡bieeen! *llora*

Dado que no trabajar no es una opción, la solución es ser mi propia jefa. Voy a empezar un blog. Listo, es ahora *revisa Instagram*. Solo tengo que empezar a escribir *limpia toda la casa*. Lo difícil es empezar *mira un tutorial de maquillaje en YouTube*. Si elijo el tema, el resto sale solo *cocina unos brownies*. Y, ahora sí. Ay no, llegó mi hijo. Bueno, capaz mañana.

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