Lógica de niños

Los niños funcionan bajo sus propias reglas. Son anarquistas que van por la vida inventando sus propias narrativas, con o sin sentido, como pequeños dementes o M. Night Shyamalan.

Estas son algunas de las cosas que Lea hace que hace que me hacen amarlo cada vez más, o cuestionar el sentido de la vida y mi rol en el universo.

Es la persona más extrovertida de la familia

Lea saluda a todo el mundo. Familiares, amigos, extraños en la calle, otros niños, perros, a los dibujitos en la tele, a sus juguetes, a su sombra, y a la nada misma en la oscuridad de la noche donde seguro no hay nada pero vamos a dormir con la luz prendida por las dudas.

Él se pasa los días sonriendo y saludando a todos con la manito como si fuera la reina de Inglaterra, diciendo “¡chaaau!” con esa voz angelical de niño de dos años que te hace querer parir otro ahí mismo, y mientras mi ansiedad social y yo tenemos que sentarnos en el auto a practicar el pedido en voz alta antes de interactuar con el vendedor en la ventanilla de McDonalds.

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Cómo es que la persona más ansiosa del mundo tuvo al hijo más sociable, no lo sé, pero me encanta y espero que nunca cambie, porque alguien tiene que atender el teléfono.

Es un pequeño sommelier

Como madre, una puede pasar horas todas las noches sentada frente a su hijo intentando que coma su cena, o puede acortar sensiblemente el proceso, preparándole algo rico y fácil de masticar, cortándolo en pedacitos chiquitos, poniéndolo en su plato favorito, tirando el plato directamente al piso y esparciéndole ketchup por el pelo.

Lea todas las noches me demuestra lo mucho que le gusta mi comida, masticándola por dos horas y escupiéndola en mi cara. Sin importar lo que le de, todo lo escupe, a menos claro que sea una mugre que encontró en el patio, en cuyo caso nada va a evitar que se lo trague porque no hay animal más veloz en el planeta que un niño que se metió algo en la boca y no te lo quiere dar.

Yo, que tiendo a comer cuando estoy aburrida, o ansiosa, o haciendo algo que no me sale, o angustiada, o antes de la menstruación, o durante la menstruación, o después de la menstruación, en el auto, en la cama, mirando la tele, e incluso a veces cuando tengo hambre; no entiendo cómo Lea puede comer tan poco. De adulto va a ser una de esas personas que dice frases como “estuve tan ocupado hoy que me olvidé de comer” y no sé si vamos a poder ser amigos.

Es un pequeño suicida

Lea vive su vida sin noción del peligro, como si tuviera super poderes o si fuera un hombre adulto en un día normal (#feminismo). Luis y yo tenemos la suerte de poder trabajar desde casa y cuidar a Lea todo el día, y aún así, ha sufrido más de un golpe, porque cada oportunidad que encuentra se trepa a la mesa, salta en la cama o se sube al escritorio. Esa película de Sandra Bullock en la que intenta evitar que todo el mundo se suicide es una metáfora para la primera infancia.

A veces parece que no le tuviera miedo a nada; no le asustan las alturas, ni la oscuridad, ni los ruidos fuertes, ni la incertidumbre de nuestro futuro laboral en un mundo post-pandemia... nada. Excepto claro si cuando lo estoy vistiendo me demoro más de 3 segundos en pasarle la remera por la cabeza y ahí si, ataque de pánico.

Los niños son inagotables. Si pudieramos cosechar la energía que genera un niño en un día y reutilizarla, podríamos iluminar toda la casa por horas y horas, o lo que demore mi novio en ir al baño.

Me frustra y me enamora a la vez

Las rabietas en los niños son una parte normal de su desarrollo, es cómo ellos expresan sus frustraciones y cómo los padres aumentan las suyas. Si uno simplemente se toma el tiempo de hablar con ellos y entender el motivo de su frustración, casi siempre descubre que es algo totalmente lógico y fácil de solucionar, como que el agua del baño está muy mojada o que el cuarto tiene demasiado aire.

Alrededor de su segundo cumpleaños, Lea experimentó una actualización en su software y desbloqueó un paquete de sonidos que le permite llorar y gritar al mismo volumen que una turbina de avión, pero que solo se activa entre la 1 y las 3 de la mañana. Es eso que todos los padres te advierten, los “terribles dos”; una etapa más desafiante de la vida de los niños que es imposible de evitar, pero que uno eventualmente supera cuando se van de la casa a los 28.

Lo que no me esperaba era la facilidad con la que Lea iba a hacerme pasar del amor al odio en cada rabieta. Este pequeño Dr Jekyll y Mr Hyde puede gritarme, patearme y quebrar mi espíritu, e inmediatamente darme un beso y un abrazo y hacer que todo esté bien, como si nada hubiese pasado. Eso es amor de madre, o Síndrome de Estocolmo, es igual.

Es hijo de la tecnología

Los niños modernos nacen con la capacidad de adaptarse a nuevas tecnologías con mucho más facilidad que nosotros (aclaración: contrario a lo que denota esa frase, tengo 31 no 74). Lea no sabe usar un tenedor, pero si lo dejo solo con el iPad por 3 minutos lo desbloquea, abre mi mail, actualiza el iOS y borra cuatro apps.

Si no fuera porque se rompen en accidentes desafortunados que nunca son culpa mía, jamás cambiaría de celular por el agobio que me genera tener que aprender a usar uno nuevo. En cambio cada vez que le descargamos un juego nuevo a Lea en el iPad, le basta con jugarlo una sola vez para descifrar cómo funciona y ganar, como un pequeño Alan Turing, pero con más colores y menos nazis.

Con esto no quiero decir que Lea esté todo el día mirando televisión o jugando frente a una pantalla, pero sin querer aprendió los colores en inglés en lugar de en español y eso es lo que pasa cuando pones YouTube en modo “cría a mis hijos” por demasiado tiempo.

Baby Shark tururururu

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