Amo a mi hijo, pero...

Gracias a las clases de parto, las historias de amigas y el internet, cuando llega el día del parto, una ya va preparada sabiendo que de su cuerpo no va a salir sólo un bebé, sino que se trata de un proceso realmente hermoso y mágico durante el cual una también pierde líquido amniótico, la placenta, orina, lágrimas y su dignidad.

Pero lo que una no sabe es que en el momento en que nace su bebé, nacen también otras dos cosas: por un lado, un amor inmenso, distinto al que jamás sentiste por nada ni nadie, incluyendo tu madre, tu familia, tu pareja o sacarte el soutién al final del día.

Y por otro, la culpa. La culpa porque perdiste la paciencia y gritaste, porque no pudiste o no quisiste dar teta, o tu casa no está impecable, o te aburre jugar con tus hijos todo el día, o no les das de comer solo carnes magras y frutas orgánicas cosechadas a mano por monjes tibetanos, o cualquiera de las miles de cosas que una piensa que todas las demás madres del mundo hacen sin esfuerzo y una no puede hacer porque es "mala madre".

Porque ser mamá es una de las cosas más gratificantes de la vida. Un hijo te hace redescubrir el mundo, le pone magia a la navidad y te saca de los momentos más tristes con un abrazo, aún si es pegajoso. Tener un hijo te enseña a amar incondicionalmente, a dar todo de ti misma por otra persona, y el arte de ir al baño con alguien que te mira directamente a los ojos mientras te tira el shampoo al piso.

Pero ser mamá es también una de las cosas más difíciles que existen. Parte de ser mamá es perder la libertad de hacer lo que queres, cuando queres, por una rutina en la que todo tu día está atado al bienestar de tus hijos. Ser mamá es lidiar con la responsabilidad, la ansiedad, el estrés, las preocupaciones y la famosa "carga mental", las 24 horas del día, todos los días, por lo que es normal sentirse agobiada, es normal querer un descanso y hasta es normal tener días en que extrañas tu vida anterior, cuando la única persona que tenías que mantener viva era a ti misma y a ti no te daban ganas de tirarte de cabeza de la cama ni te morías ahogada con una uva si no te la cortaban por la mitad.

De hecho, estos son sentimiento que muchas, sino la mayoría de las madres, sienten en algún momento. Y sin embargo, son muy pocas las que se atreven a decirlo en público por miedo a ser juzgadas, o parecer desagradecidas, o que las tilden de malas madres.

Esto no suele pasar en otros ámbitos de la vida. Por ejemplo, es normal que un estudiante de medicina diga que estudiar por horas y dar exámenes es difícil, sin que nadie le reclame "bueno, nadie te obligó a ser médico". O un atleta puede quejarse de que está cansado de entrenar sin que nadie le diga "lo lamento, pero tú elegiste ser futbolista". Pero en el segundo en que una dice que es difícil tener que cuidar a un niño que nunca la escucha y siempre deja todo tirado por la casa, en seguida le dicen "culpa tuya por querer tener un marido".

Hablando en serio, parecería ser que siempre que una mamá quiere quejarse de algo relacionado a la maternidad, obligatoriamente tiene que aclarar primero que ama a sus hijos. "Amo a mi hijo, pero....". Ese es el único formato aceptable para que una mamá pueda admitir, sin culpa, que no está feliz cada segundo de cada día que pasa con sus hijos, jugando los mismos juegos 594 veces y deseando caer en un coma sólo para no tener que levantarse de nuevo a las 6 de la mañana.

Mi hijo es lo que más amo en el mundo entero y no hay nada más importante en mi vida que su felicidad. Es dulce y gracioso, y puedo decir -de forma totalmente objetiva y para nada exagerada- que es el mejor niño que jamás existió en la historia de la humanidad. No hay sacrificio demasiado grande que pueda hacer por él: si su vida dependiera de ello, me tiraría frente a un auto, me moriría de hambre y hasta usaría tacos una hora entera.

Y aun así, en esos días en que no duerme, o no quiere comer, o no me escucha sin importar cuántas veces le pida algo, o llora dos horas y media porque le arruiné la vida pidiéndole que se lave los dientes, me gustaría -nada extremo, un ratito nada más- empezar una nueva vida en otro país.

Y esos dos sentimientos no son excluyentes y no debería ser necesario tener que aclarar que una ama perdidamente a sus hijos cada vez que quiere decir cualquier cosa negativa sobre la maternidad. Porque es importante que las mamás no solo compartamos los momentos felices, y publiquemos el video de los primeros pasos y la foto en que estamos todos posando contentos en el cumple de la abuela; y que también hablemos abiertamente sobre los desafíos, que admitamos que a veces perdemos la paciencia y que no podemos esperar a que nuestros hijos se duerman para poder estar un rato sin ellos.

Porque nos pasa a todas y no quiere decir que no los amemos. Quiere decir que somos humanas. Y que cuando una estuvo dos horas para lograr que su hijo se durmiera y se vuelve a despertar porque inhaló muy fuerte o lo miró demasiado fijo, es difícil no perder la cordura y querer venderlo en la feria.

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